sábado, 3 de septiembre de 2011

Cuba con pañoleta

Si ahora mismo me pusiera a comparar, o a sopesar en una balanza qué momento de la vida fue más emocionante, si los muchos septiembres en los que inicié las clases o el noveno mes del año que me deparó un puesto de trabajo y la oportunidad de hacer lo que amo, creo que los buenos tiempos como pionera o adolescente de saya amarilla vencen casi sin esfuerzo.

La escuela me recibió como feliz y buenaza criatura cuya mayor vergüenza residía en pedir permiso para hacer pipi, delante de tantos niños desconocidos, y un buen día me dijo adiós, y despidió a una muchacha segura de no querer pasar como uno más, porque para eso había estudiado, y mucho.


Capítulos memorables, amigos que quizás no conozcas si los encuentras un día por la calle y otros que se declararon tus hermanos cuando ni los productos te sabías muy bien, resultan los vestigios de una etapa, que aunque creas que se extiende demasiado, después intentas recuperar inscribiéndote en cuanto diplomado, curso y hasta etc aparezca por ahí, pues ninguna crema ni cirugía milagrosa rejuvenecen tanto como la sencilla impresión de sentirte estudiante otra vez.

Rememore sus años con zapatos colegiales, mochila sin pizca de gloria y aparatos en los dientes. Las maestras de aquella etapa eran casi siempre mayores, muchas veces les faltaban tizas, borradores y no tenían a un títere que en el televisor distrajera a los niños…pero a esas mujeres divinas que no vestían a la moda pero que llevaban el magisterio en el pecho, les debemos buena parte de lo que hoy conocemos.


La escuela no solamente constituye una industria para alfabetizar y hacer matutinos, sino un sitio en el que los niños, más allá de geometría y El mundo en que vivimos, aprenden a convivir, a reconocerse como parte de una generación con sus propios códigos, valores, defectos y virtudes, y esa experiencia no la puede suplir ni la más funcional de las familias. El primer día de clases no es solo la arrancada de un nuevo curso de reuniones de padres y de corre corre para buscar la merienda diaria de esos pequeños tragones, pues marca el inicio de un período en que aprendemos junto a nuestros niños y nos percatamos de que son demasiados los años luz que nos separan de lo que aprendimos hace veinti, treinti tantos años, y que nos tenemos que poner a tono, para que no nos dejen con cara de espanto frente a una de esas «preguntitas» que décadas atrás habrían generado un diluvio de pescozones.


Imagino que ahora mismo todo esté listo. Uniformes planchados, quizás alguna perretica adolescente para que le suban tres dedos más a la saya, ilusiones miles para los que empiezan, la nostalgia que ya comienza para aquellos que crecieron demasiado. Disfruten de cada conversación intrascendente y riquísima de los recreos, preocúpense solo lo necesario por las pruebas y denle rienda suelta a la capacidad para hacer amigos, que en fin de cuentas, será la mejor parte de sus años como estudiantes.

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