martes, 27 de septiembre de 2011

Critico, luego existo



«Pienso, luego existo»…sin dudas, estas tres palabras inmortalizaron la obra del filósofo René Descartes. No, amigo, no crea que se equivocó de blog porque en un momento estas líneas perdieron su saborcito cubano. Sencillamente hoy le pido prestada esta frase a su creador para pasarla por el filtro de nuestra identidad nacional y tener como resultado una nueva sentencia que de seguro se ajusta a la perfección a una gran parte de quienes hoy nos leen: «CRITICO, LUEGO EXISTO».

Criticar en el sentido más benévolo o con la marcada intención de hacer daño ya se ha convertido no solo en una mala costumbre, me atrevería a asegurar que en un deporte, cuya práctica sistemática suma nuevos adeptos a cada minuto. ¿No me cree? Mis lindas vecinitas adolescentes estaban muy aburridas la otra tarde, sentadas con esa dejadez típica de la edad, cuando de repente a una se le ocurrió una idea que tras ser lanzada mereció aplausos y hasta turnos para ver quién comenzaba: ayy muchachitas, y por qué no nos ponemos a criticar. Y allí salieron a relucir lo mal que le quedan los botines a Jennifer, con ese par de canillas que tiene, qué se pensará Fulanito, que porque el padre maneja un carrito cómico tiene a Dios cogido por la barba, total, si es del trabajo; la prietecita esa quiere ser blanca a la cañona, mija, que de tanto estirarse la pasa ahorita se queda calva. Quizás a usted estos comentarios le resulten repulsivos y ya se colocó en posición de arrancada para dar rienda suelta a la injusta letanía de que «la juventud está perdida». Ya sabe, son matices de la adolescencia guiados por el deseo incontrolable de tener espacio en un grupo y de ser reconocido por tus semejantes, aunque sea, como el más criticón.

Pero este tipo de detractores no ofenden a nadie más que a la pobre chica de las piernitas escuálidas. La crítica ponzoñosa, esa que logra quebrar amistades, proyectos, relaciones, emana casi siempre de seres cuyas motivaciones provienen del más letal de los sentimientos: la envidia. Es terrible reconocer esta realidad, pero nos codeamos con ella cada día. Si te ven feliz, con un buen trabajo y hasta en planes de matrimonio, enseguida se escuchará el serpenteo de un comentario malicioso. Claro, trabaja ahí porque es una niñita de papá…¿De dónde sacarán estas ideas? ¿Se cumplirá entonces la antigua sentencia de que muchos prefieren sacarse un ojo por tal de ver al vecino ciego? Son estos los ejemplos cotidianos de crítica burda, destructiva, la que se cuela en nuestros hogares y que incluso, logra cambiar la percepción sobre otras personas, así de fácil, y con tremendo convencimiento, pues esta es otra de las características del mal llamado arte de criticar: cuando repites y repites una mentira, llega un instante en que la consideras una verdad irrefutable.

Ahh, la otra cara de la moneda muestra a funcionarios y burócratas renuentes a recibir el más mínimo rasguño en su coraza de documentos, reuniones y secretarias. Pero ese crítica no tiene el sabor amargo de lo injusto, y pretende incidir allí, donde lo mal hecho sale de las oficinas, y afecta a quienes para llegar a su trabajo dependen de dos carretones de caballos o al que paga a dos pesos el cubo de agua para que se lo suban al quinto piso, porque el directivo de la Empresa X tiene que firmar un papelito que aprueba la compra de la nueva turbina, pero ha estado de recorrido durante toda la semana.

De igual manera que puede mostrar lo peor que esconde cada cual entre sus valores, la crítica con razón, con argumentos, la que cuando se hace esgrime al respeto en primer lugar, logra erigir grandes obras.

No asuma nunca que criticar con malicia es un arma que lo coloca en ventaja, porque ello solo le deparará grandes disgustos y falsas victorias. Me despido por ahora con la permanente invitación de que dedique unos minutos a leernos, y hasta a criticar sin veneno, porque estando cerca o lejos siempre es grato descubrirnos con la imagen de la palabra.

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