sábado, 3 de septiembre de 2011

Penosos cubaneos



¿Cuántas han sido las mañanas en las que, tres minutos después de salir de su casa para ir a trabajar, o a lo que sea, tropieza con los indeseables «residuos» de las mascotas de otro? Sí, los animalitos tienen necesidades y hasta constituye un mérito que hayan aprendido que no las pueden hacer en el pasillo, así que la escena resulta ideal, casi de película, pues imagine ese lindo cuadro que ofrece un dueño que en una salidita mata dos pájaros del mismo tiro, ya que mientras compra el pan matinal el salchicha o el rotweiller liberan cuerpo y alma frente a una puerta ajena.

Y cuando en nombre de la tolerancia y contra la hipertensión se decide a limpiar usted mismo el lodazal de la acera, que amenaza con convertir su hogar en un foso nauseabundo, quizás tenga la suerte de que a esa hora no pasaba algún inspector, pero si lo pillan en tamaña e ilegal maniobra, pues de muy poco valdrán sus mil explicaciones y la lógica quedará reducida a una multa. Comprenda, debe esperar al sábado para arrojar tres cubos de agua en la vía pública, no importa que sea martes, porque la legalidad nunca puede ser barrida.

Nos codeamos con indisciplinas sociales que van desde los casos particulares hasta los que hieren la dignidad de muchos. Los que sin sueño y desmedidos deseos de liberar energías vociferan, cantan y se carcajean hasta las tres de la mañana, frente a la ventana donde alguien, hace acopio de la paciencia de tres generaciones para no buscarse un problema cuando les grite a la casa de quién tienen que ir a molestar; los que no temen aplastar los derechos de otros cuando al brindar un servicio, supuestamente con todos y para el bien de todos, apuestan por esmerarse con aquel cuya dorada apariencia descubre a un tipo con posibilidades, y por demás, agradecido. Ese concepto de lucha que hemos re-compuesto en nombre de las necesidades quizás constituya un mérito si hablamos de mucho trabajo de por medio, pero cuando se aplica a aquellos cuya única virtud en esta vida reside en revender hasta el catarro, entonces las palabras son mayores y no recomendadas para alguien con vergüenza.

No creo que sea cuestión de costumbre o de forzosa rutina, ni que la tolerancia haya llegado a las nubes, pero cuántas veces dejamos que la escarcha se nos cuele en la sangre y en nombre de la paz permitimos que una, otra y otra vez nos impongan lo impensable, al estilo de la ley del más fuerte. Paños tibios y caras serias no bastan para enfrentar el problema de las indisciplinas sociales, y por favor, no piense que abogo por la justicia callejera, pero resulta molesto en exceso que las encontremos como una seguidilla sin control.

Quienes poco lo piensan para cometer cualquiera de estas manifestaciones de desorden e incivilización, solo atentan contra sí mismos y los suyos, porque ya lo dice la antigua sentencia: el mal que cometas hoy, se te devolverá, y doble. Y aunque a veces poco vale el auto-análisis, por favor, acuda una vez más a su sensibilidad y sentido común, antes de que las malas actitudes lo arrojen a la hoguera de los indeseables.

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