martes, 30 de agosto de 2011

Telecubanos en el vidrio


Si nos pusiéramos a analizar cuáles son los elementos que más nos aúnan a los cubanos, y por supuesto, obviando los evidentes, como la capacidad creativa y el humor a toda prueba, considero que sobresaldría esa afinidad que no cree en horario, loza por fregar o tareas por hacer: la televisión. Casi me atrevería a asegurar que el único momento en que toda la familia se reúne, sin distinción de sexos ni edades, es ese instante mágico en que deciden regalarle su corazón al melodrama de la telenovela, y sufren cuando la hermosa joven se queda ciega, pero conquista el amor de un millonario, y el niño rico se entera de que su madre es la cocinera de la casa o un caballo sale a todo trote con la bella Rosarito encima, que es rescatada por un galanazo…. que por casualidad, pasaba por allí.

Increíble, pero cierto. Esa caja mágica, como nombraron al principio de su llegada a la televisión, domina con solo el encanto de la imagen…parece que es eso lo que sucede con varias de las novelas cubana, cuyo mayor mérito reside en mostrar esas bellísimas figuras de muchachos y muchachas, que si no convencen mucho con la actuación, al menos despiertan más de un comentario picante. Me parece estar viendo ahora mismo a mi abuelo, extasiado ante una cara linda, y cuando descubre mi mirada de desaprobación, se apresura a decirme: este programa sí que está bueno. En fin, que nadie escapa, ni siquiera los respetables patriarcas de la familia, que en otros tiempos dudaban de la hombría de quienes no se perdían un capítulo y hasta alguna lagrimita disimulan con la vieja treta de ayy, me cayó una pelusita en un ojo.

No me diga que más de una vez no ha soñado en colocarse bajo la piel de un personaje, de vivir con intensidad esa historia de mentiritas que tanto se parece a la realidad que añora para su vida. Y allí comienza el trauma, sí, porque ve esas mansiones de ensueño con jardín y perro dálmata incluido, y resulta que el propietario de la casa es un cubano de a pie, un simple mortal, como tú y como yo; y si no, las muchachas contonean las figuras más exuberantes, y comienza usted a palparse el abdomen, a descubrirse de un tirón los salvavidas, y juras que mañana mismo comienzas la dieta, aunque a la hora de la novela no haya nada tan rico como comerse un pan con aceite y una limonada bien endulzada.

La televisión ante todo es un fenómeno cultural que modifica nuestras concepciones, que refuerza o debilita valores, y que abre una ventana a otros mundos en los que se nos permite fantasear. Y como le gusta a la gente que una cámara lo enfoque. Visualice ahora mismo un estadio de pelota. A todos se les olvida el jonrón o la base robada cuando el camarógrafo dirige el lente al público, y ves entonces al que hace malabares para llamar la atención, unas caderas desenfrenadas sin que una sola nota musical amenice el momento y al que carga al bebé que llora de pavor entre una multitud que grita como loca, como si eso fuera digno de mostrar. Pero bueno, el vidrio, evidentemente, tiene su encanto.

Y como los Van Van, la tv sigue ahí, con sus detractores y fanáticos, con sus mundos imaginarios o fidedignos, con la imagen de lo que anhelamos, aunque sea por un ratico.

Y ya, que esto de la tele adicción se pega, no sea que deje el blog a medias para salir corriendo y sufrir felizmente frente al romanceo del culebrón de turno. Recuerde que mediante la imagen de una palabra, aquí estaremos para conversar, para compartir nuestras experiencias como seres que vivimos en esta Isla extraordinaria. ¿Los cubanos?, sin duda, los que más saben de meteorología, de sexo, y por supuesto, los que más critican y adoran a la televisión.

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